Una meravella

Em va agradar moltisim

Vàrem gaudir molt del concert i de l'espai. Gràcies

Verano, 4 de septiembre. Si la luna pudiera hablarme, me contaría cómo alcanzarte. Canta Clara Peya en la noche del claustro. Ella y su grupo, tres hombres vestidos de panaderos. Un paseo musical por la periferia, por los bordes que el centro define y supone. La cresta blanca de Clara va desgranando notas sobre el extrarradio, el desarraigo, los cuerpos perdidos. Nos creímos ángeles, dice la voz del cantante. Ritmos que tocan el corazón, que escarban en la soledad, en el desamor. La arquería que enmarca el cielo oscuro de estrellas se puebla de luces y nubes etéreas, los guiñoles entonan y rasgan el ruido, he perdido el amor, si lo encuentras dile que aún confío en él. El piano es dulce y persigue algún sueño, luego descarrila. Clara reivindica, denuncia, un manojo de nervios haciendo poesía. Aparece María Hail vestida de verde en una esquina. Canta mujer frontera como bajada del propio cielo. Sobre la espalda de los músicos, dos activistas relatan la lucha de las mujeres por sus derechos en los campos de Huelva. Clara no para. Rapea con arte y con cuchillo afilado. Saca de los múltiples teclados notas viejas y nuevas, novísimas. Un torbellino que a ratos amaina y dice, declama, creo que el arte puede transformar la sociedad, el estado injusto de las cosas, el viejo estribillo de siempre que vuelve al escenario. Aunque no sirva de nada, lo seguiré intentando. Aporrea el piano, lo acaricia, arriba y abajo y en medio. Ensucia las notas adrede, distorsiona el encanto. Peya toca la belleza, sin dejar de mostrar tantas cosas que chirrían por todas partes. Si la niebla pudiera verme, me contaría cómo quererte.

Molt bona feina. .